“Los filósofos que han especulado sobre la significación de la vida y sobre el destino del hombre no han señalado suficientemente que la naturaleza misma se ha tomado la molestia de informarnos. Nos advierte por un signo preciso que hemos alcanzado nuestro destino. Este signo es la alegría. […] la alegría anuncia siempre que la vida ha obtenido éxito, que ha ganado terreno, que ha conseguido una victoria: toda gran alegría tiene un acento triunfal.”[1]
He querido comenzar con esta cita de Bergson, que se explica diciendo que el significado de la vida en lo más profundo, el sentido verdadero de la vida es posible y asequible para el hombre. Es más, es la naturaleza misma la que le da al hombre un signo claro y patente de que ha alcanzado esa plenitud de sentido, esa profundidad existencial, de quién realmente vive. Este signo es la alegría.
Alegría no entendida como ese simplismo de una carcajada o la felicidad pasajera de quien logra la satisfacción del placer. Alegría entendida como una dimensión profunda de la vida del hombre que una vez presente es duradera y se refleja al mundo. Alegría que vuelve al hombre un faro, haciéndose presente desde una profunda intimidad, tan profunda que no es afectada realmente por el exterior, que no tiene relación con condiciones pasajeras y que a mi modo de entender y ver se ha conocido en ciertas grandes personalidades de la historia de quienes sus conocidos y cercanos ha dicho, se caracterizaba por una alegría en Dios[2].
Comienzo haciendo este pie, porque me parece la educación no debe aspirar a nada más que a esto, a que el niño, el joven, el adulto, logre en su vida la “alegría” de la que habla Bergson.
San Benito, en su regla busca establecer una “escuela del servicio divino”, la que no busca otra cosa que preparar al hombre para su propia muerte. Teniendo en claro que preparar para la muerte es en si mismo preparar para la Vida, para la vida eterna, como para la vida misma que sin la claridad de la muerte es sólo una mentira.
Así el al leer documentos que respaldan la inversión en educación y su reestructuración en potenciales índices económicos, mejorar los recursos humanos, que esta presente tanto en algunas de las teorías actuales, como también de manera no tan directa pero si clara en todo el proceso de reforma de la educación chilena, que busca una educación de calidad para generar un recurso humano de calidad, volviéndose sobre la educación como si fuese una herramienta netamente técnica, un proceso por el cual el individuo se vuelve más productivo o económicamente más deseable me resulta, si bien legitimo desde los estándares del actual sistema, una simplificación errónea de la complejidad de la persona, como ser humano, ya que vuelve al individuo un engranaje en un sistema taylorista.
Es real que mejor personas hacen una mejor sociedad, el conflicto histórico estalla cuando se quiere definir lo “mejor”. Platón, con una gran fiesta de despedida, expulsa a los poetas de la República, porque si bien ellos aportan a las personas, a la vez confunden la realidad, al presentar puntos de vista discordantes con lo que la República define como “lo real”. Platón, sólo expulsa a los poetas una vez, porque junto con establecer esta República, establece un modelo de educación que asegure la prosperidad de esta república, cerrándola y manteniéndola en el tiempo.
El riesgo de este énfasis en la generación de “Recurso Humano”, de poner nuestro “mejor” en la balanza del mercado laboral y la economía en general es dejar de lado la dimensión más profunda de la persona, reproduciendo un modelo cerrado que conduce al hombre a perderse en la simplificación de sí miemos y en la reducción de su complejidad en un solo factor, un solo aspecto “lo real”.
Este cierre, implica reducir nuestro país a un mercado y todos sabemos que la felicidad no esta en el mercado.
Si la plenitud del hombre como dice Bergson, al ser alcanzada se manifiesta en un signo concreto de la naturaleza profunda del ser humano que es la Alegría, entonces la educación debe, como sistema complejo basal de la sociedad, encaminar al hombre hacia esta realización que le permita la alegría. Y no reducir su plenitud de posibilidad a un marco netamente ocupacional.
La actual preponderancia a definir a la persona por su ocupación laboral, reduce sustancialmente la definición del individuo en el discurso a sólo uno de los miles de roles que juega dentro de la sociedad, poniendo en riesgo por esta construcción de lenguaje el valor-identitario de todos los demás factores que son preponderantes en su construcción ontica- ontológica.
Si sacamos nuestro foco de lo meramente ocupacional-laboral, en el momento de estructurar una política educativa y ponemos el centro en la calidad de vida de la persona y el ciudadano que queremos en el futuro, sacamos por un lado la presión de tener que anticipar necesidades futuras, que en verdad son en lo más profundo irreales o irrelevantes, proyectando un sistema educativo que a la larga permitiría la realización de la persona en la plenitud de su talento logrando una sociedad más feliz y menos deprimida que la actual.
Aristóteles estableció que la mayor y mejor de las sabidurías era la que permitía la felicidad del hombre. “Sin embargo, en el hecho mismo de ser hombre es necesario para ser dichoso cierto bienestar exterior. La naturaleza del hombre, tomada en sí misma, no basta para el acto de la contemplación. Es preciso además que el cuerpo se mantenga sano, que tome los alimentos indispensables y que se tengan con él todos los cuidados que de suyo exige. Sin embargo, no se crea que el hombre, para ser dichoso, tenga necesidad de muchas cosas ni de grandes recursos, aunque realmente no pueda ser completamente dichoso sin estos bienes exteriores.” Ética Nicomáquea Libro X capitulo 9.
He querido comenzar con esta cita de Bergson, que se explica diciendo que el significado de la vida en lo más profundo, el sentido verdadero de la vida es posible y asequible para el hombre. Es más, es la naturaleza misma la que le da al hombre un signo claro y patente de que ha alcanzado esa plenitud de sentido, esa profundidad existencial, de quién realmente vive. Este signo es la alegría.
Alegría no entendida como ese simplismo de una carcajada o la felicidad pasajera de quien logra la satisfacción del placer. Alegría entendida como una dimensión profunda de la vida del hombre que una vez presente es duradera y se refleja al mundo. Alegría que vuelve al hombre un faro, haciéndose presente desde una profunda intimidad, tan profunda que no es afectada realmente por el exterior, que no tiene relación con condiciones pasajeras y que a mi modo de entender y ver se ha conocido en ciertas grandes personalidades de la historia de quienes sus conocidos y cercanos ha dicho, se caracterizaba por una alegría en Dios[2].
Comienzo haciendo este pie, porque me parece la educación no debe aspirar a nada más que a esto, a que el niño, el joven, el adulto, logre en su vida la “alegría” de la que habla Bergson.
San Benito, en su regla busca establecer una “escuela del servicio divino”, la que no busca otra cosa que preparar al hombre para su propia muerte. Teniendo en claro que preparar para la muerte es en si mismo preparar para la Vida, para la vida eterna, como para la vida misma que sin la claridad de la muerte es sólo una mentira.
Así el al leer documentos que respaldan la inversión en educación y su reestructuración en potenciales índices económicos, mejorar los recursos humanos, que esta presente tanto en algunas de las teorías actuales, como también de manera no tan directa pero si clara en todo el proceso de reforma de la educación chilena, que busca una educación de calidad para generar un recurso humano de calidad, volviéndose sobre la educación como si fuese una herramienta netamente técnica, un proceso por el cual el individuo se vuelve más productivo o económicamente más deseable me resulta, si bien legitimo desde los estándares del actual sistema, una simplificación errónea de la complejidad de la persona, como ser humano, ya que vuelve al individuo un engranaje en un sistema taylorista.
Es real que mejor personas hacen una mejor sociedad, el conflicto histórico estalla cuando se quiere definir lo “mejor”. Platón, con una gran fiesta de despedida, expulsa a los poetas de la República, porque si bien ellos aportan a las personas, a la vez confunden la realidad, al presentar puntos de vista discordantes con lo que la República define como “lo real”. Platón, sólo expulsa a los poetas una vez, porque junto con establecer esta República, establece un modelo de educación que asegure la prosperidad de esta república, cerrándola y manteniéndola en el tiempo.
El riesgo de este énfasis en la generación de “Recurso Humano”, de poner nuestro “mejor” en la balanza del mercado laboral y la economía en general es dejar de lado la dimensión más profunda de la persona, reproduciendo un modelo cerrado que conduce al hombre a perderse en la simplificación de sí miemos y en la reducción de su complejidad en un solo factor, un solo aspecto “lo real”.
Este cierre, implica reducir nuestro país a un mercado y todos sabemos que la felicidad no esta en el mercado.
Si la plenitud del hombre como dice Bergson, al ser alcanzada se manifiesta en un signo concreto de la naturaleza profunda del ser humano que es la Alegría, entonces la educación debe, como sistema complejo basal de la sociedad, encaminar al hombre hacia esta realización que le permita la alegría. Y no reducir su plenitud de posibilidad a un marco netamente ocupacional.
La actual preponderancia a definir a la persona por su ocupación laboral, reduce sustancialmente la definición del individuo en el discurso a sólo uno de los miles de roles que juega dentro de la sociedad, poniendo en riesgo por esta construcción de lenguaje el valor-identitario de todos los demás factores que son preponderantes en su construcción ontica- ontológica.
Si sacamos nuestro foco de lo meramente ocupacional-laboral, en el momento de estructurar una política educativa y ponemos el centro en la calidad de vida de la persona y el ciudadano que queremos en el futuro, sacamos por un lado la presión de tener que anticipar necesidades futuras, que en verdad son en lo más profundo irreales o irrelevantes, proyectando un sistema educativo que a la larga permitiría la realización de la persona en la plenitud de su talento logrando una sociedad más feliz y menos deprimida que la actual.
Aristóteles estableció que la mayor y mejor de las sabidurías era la que permitía la felicidad del hombre. “Sin embargo, en el hecho mismo de ser hombre es necesario para ser dichoso cierto bienestar exterior. La naturaleza del hombre, tomada en sí misma, no basta para el acto de la contemplación. Es preciso además que el cuerpo se mantenga sano, que tome los alimentos indispensables y que se tengan con él todos los cuidados que de suyo exige. Sin embargo, no se crea que el hombre, para ser dichoso, tenga necesidad de muchas cosas ni de grandes recursos, aunque realmente no pueda ser completamente dichoso sin estos bienes exteriores.” Ética Nicomáquea Libro X capitulo 9.
[1] Bergson, Henri. Obras escogidas; trad. y prólogo de José Antonio Miguez, Madrid, Aguilar, 1959. La energía espiritual, [ES] pp.: 778
[2] En el evangelio el Arcángel le dice a María: “Alégrate, llena de gracia, el Señor está contigo” (Lc. 1, 28) Hay una llamada a la alegría el júbilo mesiánico, eco de la llamada de los profetas a la Hija de Sión.
También, este argumento se da constantemente en relación a muchos Santos de la historia, Beata Teresa de Calcuta, San Francisco de Asís, San Ignacio de Loyola, San Alberto Hurtado, son casos que yo conozco, también se dice de Gandhi. Personas que sin tener nada lo tenían todo.