El IDH (Índice de Desarrollo Humano) que anualmente publica el PNUD (Programa de Naciones Unidas para el Desarrollo) y que clasifica a los estados en función de numerosas variables (PIB, alfabetización, esperanza de vida,...) es una de las herramientas más útiles para conocer y estudiar la situación del mundo [1]. ¿El mundo va bien?. ¿Va mal?. ¿Va bien o mal por zonas, grupos,…?. Veamos los datos y hagamos balance. Introducción/Descripción: Quien diga que el mundo va bien tendrá algunos números que le avalen: desde 1990 (primera publicación del IDH), 130 millones de personas han salido de la pobreza extrema; la esperanza de vida ha crecido 7 años desde 1975, y mueren tres millones de niños y niñas menos. Pero quien afirme que el mundo va mal también dispone de otros datos en los que apoyarse: el 40% de la población mundial vive con menos de 2 dólares/día; la esperanza de vida en África Subsahariana es 31 años menos que en la OCDE, y cada año siguen muriendo 10,7 millones de niños y niñas por causa de la pobreza. Además, pese a algunos avances, la distancia entre los países ricos y pobres aumenta día a día, por lo que la miseria aparece de forma más cruel al compararla con la riqueza de una minoría.
La utilidad de los datos y de las encuestas es evidente para conocer la realidad; las cifras nos ayudan, nos dan pistas, diseños de la realidad. Pero las respuestas están condicionadas por las preguntas, y estas no son ociosas. Es tan importante lo que se mide como lo que no se mide.
¿Qué no se mide?. Por ejemplo, el IDH no mide las horas trabajadas (pueden ser 7 o 14), las personas encarceladas, las que tienen pensiones o no, la persecución de homosexuales… No se puede investigar sobre todo, pero hay aspectos que podrían ser mejorados. Volviendo a las horas trabajadas, no es lo mismo ganar 1.000 euros con una jornada de 10 horas o de 6.
Las estadísticas nos dan unos conocimientos de la realidad que pueden cambiar nuestras ideas. El caso de la delincuencia en EEUU, Canadá y Francia es un buen ejemplo. Si analizamos el número de robos, Francia casi duplica los casos de EEUU, mientras que Canadá tiene un 50% más que su vecino ¿Por qué tenemos una percepción diferente?. Porque lo que pensamos sobre realidades lejanas se hace sobre la base de las novelas, la prensa, revistas, el cine, la televisión,… Indudablemente es diferente el conocimiento de la realidad a través de un estudio sociológico, un ensayo, la prensa o del cine y la televisión. Es lógico que quien funde su conocimiento de EEUU en el cine de acción o las series policíacas de la televisión concluya que la inseguridad es terrible y su corolario de más policía y leyes más duras entendible; o quizás podamos pensar que precisamente esa imagen de inseguridad es una realidad prefabricada para legitimar que haya más policía y leyes más duras.
La clave para explicar la desigualdad en el mundo.
La pobreza es el elemento más significativo para explicar y entender las desigualdades en el mundo; por ejemplo, la esperanza de vida en los países ricos es veinte años mayor que en los pobres, y la alfabetización que es casi del 100% en los primeros es el 60,8% en los segundos. A las desigualdades Norte/Sur hay que añadir las diferencias entre mujeres y hombres, grupos étnicos, la marginación de minorías o la persistencia de dictaduras.
La mayoría de la población mundial es pobre. La pobreza se mide en tres niveles; en el primer nivel está la extrema, con menos de 1 dólar/día, y la sufren 1.000 millones de personas; en el nivel moderada, con menos de 2 dólares/día, hay 1.500 millones de personas; y en la pobreza relativa 2.500 millones de personas. Es decir, poco más de 1.000 millones de personas viven al margen de la pobreza: el 16% de la población mundial. No parece exagerado decir que el sistema económico capitalista ha sido y es ineficaz para acabar con las desigualdades económicas. Esa ineficacia es todavía más angustiosa cuando sabemos que el coste para terminar con la pobreza extrema sería sólo el 2% de los ingresos del 10 % más rico. En algunos países de África, la gran mayoría de la población vive con menos de dos dólares al día; en países como Nigeria o Malí, llega al 90% de la gente.
Otro elemento a considerar es si la calidad de vida de un campesino que duerme en una casa de paja y trabaja el campo ganando 1,95 dólares aumenta cuando va a la ciudad, gana 2,50 dólares trabajando más tiempo y durmiendo en la calle o en un cuarto con otras seis personas.
Cuando analizamos las potencias emergentes comprobamos que una gran parte de su población sigue en la miseria: en Brasil la cuarta parte, en China la mitad, y en la India las tres cuartas partes de las personas viven con menos de 2 dólares/día; es evidente que la distribución de la riqueza no es algo automático. Las desigualdades internas responden a muchos factores: las tradiciones democráticas, la fuerza de las organizaciones obreras y campesinas, el desarrollo del movimiento feminista, las revoluciones, ...
Estas desigualdades internas dan una foto todavía más dura de la situación en los países pobres. Mientras que la relación de los ingresos entre el 10% más rico y el 10% más pobre es 5 a 10 veces en la UE, en otros países como los latinoamericanos, donde han imperado las dictaduras y la división de clases ha sido muy profunda, las desigualdades son enormes. En Brasil, por cada euro ingresado por el 10% más pobre, el 10% más rico recibe 68; en Venezuela, 62,9; y en Argentina, 39,1. En el caso de los países donde ha habido segregación racial, como Sudáfrica, la relación es de 33,1. Allí donde se dieron las revoluciones comunistas, la desigualdad ha aumentado en los últimos años: en Rusia, por cada euro ingresado por el 10% más pobre, el 10% más rico recibe 7,1; y en China, 18,4 euros.* La pobreza significa hambre: 850 millones de personas pasan hambre con su corolario de enfermedades, sufrimiento y muertes prematuras. Incluso en las potencias emergentes este problema se mantiene constante: el 9% de las personas en Brasil, el 11% en China y el 21% en la India siguen pasando hambre. Es bien conocido que las hambrunas no se dan por falta de alimentos, sino porque la gente no tiene dinero para comprarlos. Evidentemente, ni los ricos de los países pobres ni los turistas que los visitan padecen hambre.* La pobreza significa analfabetismo: 800 millones de personas no saben leer ni escribir. En lugares como Asia Meridional o el África subsahariana, 4 de cada diez personas son analfabetas. Destacan las diferencias de género: mientras que la alfabetización es similar en la OCDE, Europa del Este, Argentina, Chile, Uruguay, Brasil o Cuba, en algunos países latinoamericanos la diferencia entre hombres y mujeres se sitúa sobre los 10 puntos porcentuales (Perú o Bolivia) a favor de los primeros. En la mayoría de países musulmanes, va desde el 13% de Irán al 26% de Marruecos. En los países más pobres, las diferencias todavía son mayores: 27,9% en Congo o 28,3% en Angola de diferencia entre hombres y mujeres.* Los gastos en salud per capita (PPA en dólares) son un ejemplo paradigmático de las desigualdades Norte/Sur e internas. Quien más gasta es EEUU (5.274 dólares), muy por encima de estados de la UE como Francia (2.736 dólares) o el Estado español (1.640 dólares). Ahora bien, estas cifras encubren las desigualdades internas de cada país; así EEUU está situado, según la Organización Mundial de la Salud [2] en el puesto 37, por detrás de países como Marruecos (puesto 29 y con sólo 186 dólares de gasto), el Estado español (el 7º) o Francia (la 1ª). EEUU esta sólo dos puestos por delante de Cuba (que tiene un gasto de 236 dólares). La razón, entre otras, es que en EEUU, el país que más gasta, más de cuarenta millones de personas no tienen ninguna cobertura sanitaria.* La esperanza de vida ha aumentado en las tres últimas décadas en el mundo de 59,9 a 67,1 años. Por zonas, la variación ha ido desde los 14,8 años en los estados árabes a los 8,6 en la OCDE. Hay dos excepciones a este crecimiento: África subsahariana, en la que sólo ha crecido 0,3 años, y Europa del Este, única zona del mundo que ha descendido en 0,9 años, algo inédito en una zona sin guerras, hambrunas o pandemias. No es ninguna temeridad decir que ése ha sido el precio por liberalizar la sanidad pública. Si miramos las tasas de mortalidad infantil (menores de 5 años) vemos que al año mueren 10 millones de niñ@s, el 98% en los países pobres. La malnutrición es la causa principal y produce el 50 % de estas muertes.
En África, la correlación padecer sida y estar sin tratamiento con respecto a la esperanza de vida es evidente. Hay que partir de que sólo el 4% de las personas enfermas en ese continente reciben tratamiento. En países donde la incidencia del SIDA es mayor del 15% entre la población de 15 a 49 años, el impacto ha sido terrible; en Botswana, la esperanza de vida ha descendido en 19,5 años, en Zimbabwe 18,4 y en Zambia 16,6.* La mortalidad materna por cada 100.000 nacimientos es un ejemplo del efecto de las desigualdades, más terrible cuando se sabe que acabar con esas muertes sería fácil y barato. De las 530.000 mujeres muertas al año durante el embarazo o parto, la mayoría (3/4) se podrían evitar con intervenciones de bajo coste. Por ejemplo, por cada caso de mortalidad materna en el Estado español, fallecen 182 mujeres en Camerún, 200 en Nigeria o 425 en Angola.
Los fríos números continúan: 1.000 millones de personas sin agua, 2.600 millones sin saneamiento adecuado y miles de datos que muestran un mundo tan rico y con tantas posibilidades como desigual. Lo más terrible no es el número de personas que sufren, sino lo fácil que sería acabar con ese sufrimiento si hubiese voluntad política para hacerlo. Porque, efectivamente es terrible morirse de hambre si no hay comida, pero lo es mucho más cuando los supermercados están llenos.
Evidentemente el fundamentalismo de mercado decide sólo en función de los beneficios. Si hay beneficios, el sufrimiento es un efecto colateral, desagradable, pero asumible. Pero sabemos que ese determinismo de mercado es falso; quienes deciden que no haya medicinas baratas son personas (dueñas de las farmacéuticas); quienes privatizan la enseñanza o la sanidad son personas (los políticos); quienes marcan las directrices macroeconómicas son personas (del Fondo Monetario Internacional, del Banco Mundial y la Organización Mundial de Comercio). No hay unas leyes de mercado al margen de las personas; hay voluntad política y es ahí donde podemos incidir y transformar la realidad.
La historia no está ni escrita ni determinada, las condiciones de vida logradas en Occidente y otros países no han sido consecuencia del desarrollo del capitalismo como les gusta decir a sus apologistas, sino de un duro y desigual proceso de luchas y conflictos, de victorias, derrotas y negociaciones.
Acabar con el hambre, la miseria y la muerte, es necesario y es posible, es cuestión de voluntad política. Esa es la esperanza y el reto.
NOTAS: 1. ® Los datos de este artículo son del Informe sobre el Desarrollo Humano de 2005.2. ® Estratificación social y desigualdad. Harold R. Kerbo. 2004.
La utilidad de los datos y de las encuestas es evidente para conocer la realidad; las cifras nos ayudan, nos dan pistas, diseños de la realidad. Pero las respuestas están condicionadas por las preguntas, y estas no son ociosas. Es tan importante lo que se mide como lo que no se mide.
¿Qué no se mide?. Por ejemplo, el IDH no mide las horas trabajadas (pueden ser 7 o 14), las personas encarceladas, las que tienen pensiones o no, la persecución de homosexuales… No se puede investigar sobre todo, pero hay aspectos que podrían ser mejorados. Volviendo a las horas trabajadas, no es lo mismo ganar 1.000 euros con una jornada de 10 horas o de 6.
Las estadísticas nos dan unos conocimientos de la realidad que pueden cambiar nuestras ideas. El caso de la delincuencia en EEUU, Canadá y Francia es un buen ejemplo. Si analizamos el número de robos, Francia casi duplica los casos de EEUU, mientras que Canadá tiene un 50% más que su vecino ¿Por qué tenemos una percepción diferente?. Porque lo que pensamos sobre realidades lejanas se hace sobre la base de las novelas, la prensa, revistas, el cine, la televisión,… Indudablemente es diferente el conocimiento de la realidad a través de un estudio sociológico, un ensayo, la prensa o del cine y la televisión. Es lógico que quien funde su conocimiento de EEUU en el cine de acción o las series policíacas de la televisión concluya que la inseguridad es terrible y su corolario de más policía y leyes más duras entendible; o quizás podamos pensar que precisamente esa imagen de inseguridad es una realidad prefabricada para legitimar que haya más policía y leyes más duras.
La clave para explicar la desigualdad en el mundo.
La pobreza es el elemento más significativo para explicar y entender las desigualdades en el mundo; por ejemplo, la esperanza de vida en los países ricos es veinte años mayor que en los pobres, y la alfabetización que es casi del 100% en los primeros es el 60,8% en los segundos. A las desigualdades Norte/Sur hay que añadir las diferencias entre mujeres y hombres, grupos étnicos, la marginación de minorías o la persistencia de dictaduras.
La mayoría de la población mundial es pobre. La pobreza se mide en tres niveles; en el primer nivel está la extrema, con menos de 1 dólar/día, y la sufren 1.000 millones de personas; en el nivel moderada, con menos de 2 dólares/día, hay 1.500 millones de personas; y en la pobreza relativa 2.500 millones de personas. Es decir, poco más de 1.000 millones de personas viven al margen de la pobreza: el 16% de la población mundial. No parece exagerado decir que el sistema económico capitalista ha sido y es ineficaz para acabar con las desigualdades económicas. Esa ineficacia es todavía más angustiosa cuando sabemos que el coste para terminar con la pobreza extrema sería sólo el 2% de los ingresos del 10 % más rico. En algunos países de África, la gran mayoría de la población vive con menos de dos dólares al día; en países como Nigeria o Malí, llega al 90% de la gente.
Otro elemento a considerar es si la calidad de vida de un campesino que duerme en una casa de paja y trabaja el campo ganando 1,95 dólares aumenta cuando va a la ciudad, gana 2,50 dólares trabajando más tiempo y durmiendo en la calle o en un cuarto con otras seis personas.
Cuando analizamos las potencias emergentes comprobamos que una gran parte de su población sigue en la miseria: en Brasil la cuarta parte, en China la mitad, y en la India las tres cuartas partes de las personas viven con menos de 2 dólares/día; es evidente que la distribución de la riqueza no es algo automático. Las desigualdades internas responden a muchos factores: las tradiciones democráticas, la fuerza de las organizaciones obreras y campesinas, el desarrollo del movimiento feminista, las revoluciones, ...
Estas desigualdades internas dan una foto todavía más dura de la situación en los países pobres. Mientras que la relación de los ingresos entre el 10% más rico y el 10% más pobre es 5 a 10 veces en la UE, en otros países como los latinoamericanos, donde han imperado las dictaduras y la división de clases ha sido muy profunda, las desigualdades son enormes. En Brasil, por cada euro ingresado por el 10% más pobre, el 10% más rico recibe 68; en Venezuela, 62,9; y en Argentina, 39,1. En el caso de los países donde ha habido segregación racial, como Sudáfrica, la relación es de 33,1. Allí donde se dieron las revoluciones comunistas, la desigualdad ha aumentado en los últimos años: en Rusia, por cada euro ingresado por el 10% más pobre, el 10% más rico recibe 7,1; y en China, 18,4 euros.* La pobreza significa hambre: 850 millones de personas pasan hambre con su corolario de enfermedades, sufrimiento y muertes prematuras. Incluso en las potencias emergentes este problema se mantiene constante: el 9% de las personas en Brasil, el 11% en China y el 21% en la India siguen pasando hambre. Es bien conocido que las hambrunas no se dan por falta de alimentos, sino porque la gente no tiene dinero para comprarlos. Evidentemente, ni los ricos de los países pobres ni los turistas que los visitan padecen hambre.* La pobreza significa analfabetismo: 800 millones de personas no saben leer ni escribir. En lugares como Asia Meridional o el África subsahariana, 4 de cada diez personas son analfabetas. Destacan las diferencias de género: mientras que la alfabetización es similar en la OCDE, Europa del Este, Argentina, Chile, Uruguay, Brasil o Cuba, en algunos países latinoamericanos la diferencia entre hombres y mujeres se sitúa sobre los 10 puntos porcentuales (Perú o Bolivia) a favor de los primeros. En la mayoría de países musulmanes, va desde el 13% de Irán al 26% de Marruecos. En los países más pobres, las diferencias todavía son mayores: 27,9% en Congo o 28,3% en Angola de diferencia entre hombres y mujeres.* Los gastos en salud per capita (PPA en dólares) son un ejemplo paradigmático de las desigualdades Norte/Sur e internas. Quien más gasta es EEUU (5.274 dólares), muy por encima de estados de la UE como Francia (2.736 dólares) o el Estado español (1.640 dólares). Ahora bien, estas cifras encubren las desigualdades internas de cada país; así EEUU está situado, según la Organización Mundial de la Salud [2] en el puesto 37, por detrás de países como Marruecos (puesto 29 y con sólo 186 dólares de gasto), el Estado español (el 7º) o Francia (la 1ª). EEUU esta sólo dos puestos por delante de Cuba (que tiene un gasto de 236 dólares). La razón, entre otras, es que en EEUU, el país que más gasta, más de cuarenta millones de personas no tienen ninguna cobertura sanitaria.* La esperanza de vida ha aumentado en las tres últimas décadas en el mundo de 59,9 a 67,1 años. Por zonas, la variación ha ido desde los 14,8 años en los estados árabes a los 8,6 en la OCDE. Hay dos excepciones a este crecimiento: África subsahariana, en la que sólo ha crecido 0,3 años, y Europa del Este, única zona del mundo que ha descendido en 0,9 años, algo inédito en una zona sin guerras, hambrunas o pandemias. No es ninguna temeridad decir que ése ha sido el precio por liberalizar la sanidad pública. Si miramos las tasas de mortalidad infantil (menores de 5 años) vemos que al año mueren 10 millones de niñ@s, el 98% en los países pobres. La malnutrición es la causa principal y produce el 50 % de estas muertes.
En África, la correlación padecer sida y estar sin tratamiento con respecto a la esperanza de vida es evidente. Hay que partir de que sólo el 4% de las personas enfermas en ese continente reciben tratamiento. En países donde la incidencia del SIDA es mayor del 15% entre la población de 15 a 49 años, el impacto ha sido terrible; en Botswana, la esperanza de vida ha descendido en 19,5 años, en Zimbabwe 18,4 y en Zambia 16,6.* La mortalidad materna por cada 100.000 nacimientos es un ejemplo del efecto de las desigualdades, más terrible cuando se sabe que acabar con esas muertes sería fácil y barato. De las 530.000 mujeres muertas al año durante el embarazo o parto, la mayoría (3/4) se podrían evitar con intervenciones de bajo coste. Por ejemplo, por cada caso de mortalidad materna en el Estado español, fallecen 182 mujeres en Camerún, 200 en Nigeria o 425 en Angola.
Los fríos números continúan: 1.000 millones de personas sin agua, 2.600 millones sin saneamiento adecuado y miles de datos que muestran un mundo tan rico y con tantas posibilidades como desigual. Lo más terrible no es el número de personas que sufren, sino lo fácil que sería acabar con ese sufrimiento si hubiese voluntad política para hacerlo. Porque, efectivamente es terrible morirse de hambre si no hay comida, pero lo es mucho más cuando los supermercados están llenos.
Evidentemente el fundamentalismo de mercado decide sólo en función de los beneficios. Si hay beneficios, el sufrimiento es un efecto colateral, desagradable, pero asumible. Pero sabemos que ese determinismo de mercado es falso; quienes deciden que no haya medicinas baratas son personas (dueñas de las farmacéuticas); quienes privatizan la enseñanza o la sanidad son personas (los políticos); quienes marcan las directrices macroeconómicas son personas (del Fondo Monetario Internacional, del Banco Mundial y la Organización Mundial de Comercio). No hay unas leyes de mercado al margen de las personas; hay voluntad política y es ahí donde podemos incidir y transformar la realidad.
La historia no está ni escrita ni determinada, las condiciones de vida logradas en Occidente y otros países no han sido consecuencia del desarrollo del capitalismo como les gusta decir a sus apologistas, sino de un duro y desigual proceso de luchas y conflictos, de victorias, derrotas y negociaciones.
Acabar con el hambre, la miseria y la muerte, es necesario y es posible, es cuestión de voluntad política. Esa es la esperanza y el reto.
NOTAS: 1. ® Los datos de este artículo son del Informe sobre el Desarrollo Humano de 2005.2. ® Estratificación social y desigualdad. Harold R. Kerbo. 2004.
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